EL CONTRATO MORAL DEL PROFESORADO
La educación es el medio fundamental para la formación integral de los individuos, es decir, el desarrollo armónico de todas sus facultades para que puedan actuar plenamente con independencia y autonomía, transformando su medio y logrando una mejor forma de vida.
Este objetivo requiere de la participación de innumerables recursos, agentes y actores. Uno de estos es el maestro, quien a través de su práctica da vida al entramado teórico y conceptual del sistema educativo: el currículum.
La labor docente no es una tarea sencilla; requiere de conocimientos, habilidades, actitudes, aptitudes y orientaciones específicas. Las funciones del maestro van desde mantener en marcha el centro educativo en conjunto, hasta solucionar los problemas y vicisitudes de la dinámica grupal; aunque su ocupación principal es la formación de las futuras generaciones de ciudadanos. También se le encomiendan funciones administrativas, de gestión y en más de una ocasión de organización.
Ser maestro implica un compromiso, establecido oficialmente por un contrato de trabajo, regulado por estatutos, normas, reglamentos internos y políticas sindicalistas. Sin embargo, las revoluciones tecnológicas actuales, los movimientos sociales y económicos vertiginosos que experimenta la sociedad, aunado a las nuevas demandas educativas, hacen que la labor del maestro adquiera un nuevo sentido; enfoque que ahora se revela más claramente, pero que siempre debe haber existido.
Este nuevo giro en las demandas al cuerpo docente implican conocimientos especializados, dominio de contenidos, formación pedagógica adecuada, vocación de servicio, ser expertos en los procesos de aprendizaje y la formación continua. Pero la exigencia más importante, es la adquisición de un compromiso más allá de la consumación de un acuerdo laboral, que trasciende la asistencia puntual a las escuelas, el cumplimiento de un horario de trabajo, el llenado de los documentos administrativos a lo largo del ciclo escolar; un deber que supera la frialdad con que es escrita la currícula, una responsabilidad que destaca por sobre la mera transmisión de conocimientos y la elaboración de un proyecto educativo para adquirir bienes materiales o cubrir un requisito emanado de la misma burocracia.
Estoy hablando de asumir, tal y como lo menciona el autor, un verdadero “contrato moral del profesorado”; uno que no obedece originalmente a las cláusulas del sistema educativo, sino más bien, a la responsabilidad del educador con la sociedad, con las personas a las que está educando, cuya finalidad sea proveer de las acciones, orientaciones y criterios necesarios para formar “integralmente” a los individuos, tanto en el aspecto cognitivo, emocional y volitivo.
Coincido con el autor en el sentido de que la excelencia del profesor no puede llegar a conseguirse sólo con preparación profesional, al mismo tiempo, en que la vocación sin conocimientos es sólo un bosquejo de buenos de deseos. El equilibrio entre estos dos aspectos es fundamental para conformar un cuerpo docente integral en todos los sentidos.
Sin embargo, es difícil lograr este ideal cuando la valoración de la función magisterial se encuentra en crisis; cuando los programas de formación del magisterio pretenden formar maestros usando metodologías tradicionales; la remuneración económica es raquítica y las posibilidades de superación poco accesibles para una gran cantidad de docentes.
Considero que hace falta revolucionar de la misma manera en que se exige del maestro, las condiciones en que vive, se forma y se desempeña el profesorado. Mientras el oficio de enseñar no sea atractivo, no se pueden esperar preparación profesional y vocación integradas en un mismo ser. Existen claro, excepciones notables, pero no se trata de buscar a cuenta gotas, sino de inundar los centros escolares con maestros de estas características.
Ahora bien, para formar individuos integrales en el más amplio sentido de la palabra, es necesario el trabajo en las distintas esferas del ser, como lo son la cognitiva, la emocional y la volitiva. Sin duda, de antaño los esfuerzos educativos se han centrado exclusivamente en la primera de éstas, es decir, en la formación de conceptos, transmisión de la información, desarrollo de las habilidades intelectuales y más recientemente en contenidos procedimentales e instrumentales, pero se ha descuidado fuertemente la formación valoral, el desarrollo el juicio moral, la ética y todas aquellas actitudes que nos permiten vivir sanamente en sociedad.
Así pues, este nuevo “contrato moral del profesorado”, tiene como objetivo primordial la educación en valores, dicho de otra manera, facilitar el aprendizaje humano para apreciar aquello que es verdaderamente valioso para desarrollarnos en una sociedad democrática, justa, equitativa, basada en el diálogo y la reflexión, la cooperación y solidaridad, encontrándonos a nosotros mismos, descubriendo el rol que nos corresponde y actuar responsablemente de la manera más humana posible.
Las implicaciones de este propósito son diversas. No obstante, centrándonos en el docente, reclama de él, además de estar formado en valores, que pueda generar un clima adecuado que emule aquellas condiciones para la vivencia de la riqueza contextual dentro del aula y de la escuela. Es decir, el centro de trabajo debe convertirse en un microcosmos social a fin de que los alumnos puedan practicar y vivir los valores. Pero a diferencia del mundo real, crear la verdadera posibilidad de reflexionar al respecto. Después de todo se aprende a “hacer”, “haciendo”, pero a “ser”, reflexionando.
Derivado de lo anterior, considero que el reto más trascendente de esta visión acerca de la tarea del docente en la formación valoral, es generar un proceso sistemático, planeado y consciente.
La espontaneidad, la improvisación, el aislamiento y la segmentación son formas de enseñanza tan comunes en la práctica educativa que se han convertido en un método; el currículo está saturado de contenidos obsoletos, organizados en secciones que pudieran parecer abstractas; las formas de enseñanza tradicionales no dejan de ser la sombra del aparente “constructivismo”, o más bien, se practican formas novedosas basada en viejos modelos.
Si se quiere en verdad generar espacios para potencializar la vivencia de valores dentro del centro educativo, primero deben superarse las dificultades antes mencionadas, de lo contrario, volveremos a la rutina, a rellenar el proyecto educativo con actividades que no impactan; terminaremos considerando la formación valoral como un aspecto complementario, como una asignatura independiente, periférica, conceptual.
“La educación moral debe integrarse en el currículum como algo vivo que impregna el conjunto de la vida escolar y que afecta, por tanto a la vida general”. Así mismo, previo a este paso, creo que la conformación de la visión del “ser” que deseamos formar es otro tópico fundamental. Es preocupante observar que escuelas enteras vagan sin rumbo, sin metas y objetivos comunes. “El contrato moral del profesorado” implica un esfuerzo por converger, por establecer acciones que nos permitan tomar acuerdos a través de un trabajo colaborativo, tanto entre maestros, como de éstos con los alumnos, los padres de familia y el contexto social. Si todos remamos al mismo ritmo y en la misma dirección es más probable que lleguemos al destino que nos hemos forjado.
Tal vez las ideas expuestas en el presente texto sean a vista de ojos críticos meras especulaciones; oasis que se pierden en el desierto de la imperante realidad que nos rodea. Sin embargo, la exigencia social de la formación en valores es evidente, tarde o temprano deberemos hacer lo necesario para abogar por ella, y creo que de ello depende la misma valoración de nuestro quehacer como docentes. Para educar en valores no se necesita infraestructura o recursos económicos abundantes, es más importante una búsqueda de una riqueza dentro de nosotros mismos. Después de todo ya alguien lo mencionó, “la educación encierra un tesoro”, nadie dijo que era fácil encontrarlo.
BIBLIOGRAFÍA
- Miquel Martínez Martín, “El contrato moral del profesorado”, condiciones para una nueva escuela, Biblioteca para la actualización del maestro. SEP, México, 2000.