UNA ESCUELA DE CALIDAD PARA EL SIGLO XXI
La calidad de los servicios educativos en México siempre ha sido uno de los temas más controversiales, álgidos y multifacéticos de las últimas décadas. El mundo global, las revoluciones tecnológicas, sociales, los movimientos políticos y económicos han modificado la forma en que concebimos la educación, la función que debe desempeñar la escuela como institución y la labor del profesorado.
La formación de individuos integrales en sus distintas esferas, incluidas la cognitiva, la emocional y social, es el propósito central del sistema educativo de nuestro país. Así mismo, que éstos puedan actuar de manera autónoma e independiente, desarrollando todas sus facultades armónicamente, modificando su entorno y mejorando su estilo de vida. De igual forma, se pugna por un sistema más democrático, justo y equitativo, eficiente y pertinente para llegar a este estado ideal. Sin embargo, ¿cómo lograrlo?, ¿que condiciones se deben reunir?
Sin duda, son muchas las tareas y retos si en verdad deseamos elevar el impacto de la educación en el momento actual. Gran parte de este arduo trabajo se centra en la escuela.
A pesar de que el término de calidad es polisémico y sus acepciones dependen de diversas condiciones, podemos decir que una escuela de calidad es aquella que cumple con los objetivos que se ha propuesto, al mismo tiempo en que éstos son pertinentes para la población a la que se dirige, bajo principios de equidad, democracia y justicia.
En una escuela de calidad, las múltiples interrelaciones que se establecen al interior de la misma, provocan que la toma de decisiones de los diversos actores influyan sobre las demás, dando lugar a que el desempeño de la institución no dependa de la voluntad de un solo individuo.
Por lo tanto, es de vital importancia una visión holística de los integrantes de la organización, así como una orientación común entre los mismos, es decir, que todos compartan en la medida de lo posible un conjunto de ideologías y propósitos que se desean alcanzar mediante el trabajo en equipo.
Un verdadero proyecto emanado de las conciencias de quienes se involucran en el proceso educativo, asegura que las acciones que se emprenderán posean la fuerza y fundamentación adecuada para que tengan el impacto deseado.
El proyecto a que me refiero incluye tanto a maestros, como a alumnos y padres de familia, quienes a través de un esfuerzo compartido, revisan concienzudamente la pertinencia no solo social, sino también intelectual y ética del currículum bajo el cual se rige.
Es evidente que gran cantidad de los contenidos de nuestro programa son obsoletos, poco significativos, que a pesar de su funcionalidad en otros tiempos y bajo otras corrientes, ahora se encuentran desfasados.
En este sentido, lo conceptual está privilegiado por sobre lo procedimental y actitudinal. Mucho se insiste en crear un currículo integrador de éstos tres tópicos, no obstante, a pesar de las revisiones hechas hasta el momento, el aislamiento y segmentación es evidente. De tal forma, una escuela de calidad para el México del siglo XXI debe asegurar un adecuado equilibrio en la currícula, de habilidades, conocimientos, actitudes y valores.
Como consecuencia, esta reestructuración debe ser derivada de un proceso a base de “repensar y definir los fines actuales de la educación”, planificando estrategias tácticas de colaboración de los distintos agentes involucrados en el hecho educativo, de tal forma que nos integremos en un solo enfoque, donde los intereses y necesidades de cada uno sean incluidos.
Por otro lado, la escuela al pertenecer al Sistema Educativo debe conformarse como un aparato funcional, eficiente, coherente, adoptando un modelo democrático, participativo, equitativo y responsable. La igualdad de oportunidades y el acceso a la educación son solo retórica si la estructura en sí misma margina.
La escuela de calidad debe convertirse en un “microcosmos” que emule aquello que pregona. No hablo en este momento de programas compensatorios para los sectores desprotegidos o becas para los alumnos de escasos recursos, más bien, de generar al interior de los salones de clase una dinámica tal que permita la vivencia de los valores más trascendentes de la humanidad, respetando la integridad de los alumnos, apreciando su riqueza cultural y creando un espacio para la construcción del ser social.
La escuela se manifiesta a través de la figura del docente. La fortaleza ética y profesional de los educadores es requisito indispensable para una educación de calidad. La formación del profesorado es una tarea pendiente, aunque más trascendente puede ser su integridad personal. Sin embargo, ¿cómo exigir a la escuela resultados de calidad, si los maestros no están capacitados y pero aún, si no están preparados moralmente para hacerlo?
La tarea de educar no es sencilla; el docente debe poseer los conocimientos necesarios tanto técnicos, como conceptuales, filosóficos, pedagógicos, psicológicos que le permitan seleccionar los medios y formas más convenientes para lograr el hecho educativo.
El quehacer del docente es similar al de un constructor, porque a partir de la materia prima edifica según sus capacidades, estilo y visión un modelo de ser humano que se propaga más allá de las aulas.
Por otro lado, el maestro también debe crear un ambiente social positivo tanto dentro como fuera del aula, debe poseer una actitud de participación, autoevaluación, trabajo en equipo, disposición, de amplio juicio para aceptar críticas, elogios; aceptar fracasos y aprender de ellos. El maestro debe ser además un administrador de los recursos disponibles en la escuela y en el aula, para sacarles el mayor provecho.
La escuela de calidad que se deberá conformar le corresponderá entonces, crear condiciones para la revalorización del maestro, instrumentando acciones para fortalecer su preparación académica y ética, propiciando un ambiente laboral agradable.
Ahora bien, el mundo global, el desarrollo de la tecnología y el auge de las nuevas formas de comunicación e información, afecta sobremanera el campo educativo; la escuela Mexicana no es la excepción. A pesar de la marginación social de algunos de los sectores del país, es fundamental que el centro escolar se incorpore a esta sociedad tecnificada. Esto demanda además de recursos económicos, desarrollar en los alumnos competencias actitudes y valores para que éstos puedan aprovechar esta “sociedad de la información” convirtiéndola en una “sociedad del conocimiento”. Ocasionalmente se confunde este aspecto con formar técnicos o simples operarios de equipo de avanzada, no así, es más relevante generar en el alumno la posibilidad de transformar el medio y adaptarse a la rapidez de la información, su cantidad y utilidad.
A la par de este vertiginoso devenir tecnológico, la escuela de calidad tiene que abogar por la dignificación del alumno, fortaleciendo su identidad y promoviendo la construcción de su propio ser. Particularmente está obligada a educar en la interculturalidad, es decir, la valoración del otro, ya sea igual, semejante o distinto; en todos los contextos y en todos los espacios. No se trata de ser generosos con las comunidades indígenas o diseñar programas de compensación. El fenómeno trasciende núcleos poblacionales, está dentro de cada salón de clase. En suma, la riqueza cultura debe ser aprovechada.
En el entendido de que la educación no es un hecho acabado, la formación continua es imprescindible. Generar espacios y diseñar programas es una alternativa, sin embargo, crear una verdadera cultura del “aprender a aprender” durante y toda la vida, es el fundamento central, mismo que puede conseguirse si la escuela es más justa, respetuosa y sensible de las capacidades del ser. La credencialización, deberá suplirse por desarrollo de competencias.
La escuela de calidad para el México del siglo XXI tiene que sembrar la semilla de la formación continua en los alumnos, para que éstos puedan hacerla efectiva en el presente y en el futuro.
No escapa a la mirada que la revolución agobiante de los últimos tiempos, nos ha sumergido en un estado de inteligibilidad, un estado que nos impide reacción, ahogados en un sonido ensordecedor que nos dificulta conocer nuestro propio mundo.
La violencia, la destrucción, el esclavismo, la sobreexplotación son vistas como sucesos comunes. Nos consolamos pensando que estos acontecimientos sólo se presentan en lugares apartados, marginados, lejanos a nuestro terruño de tierra. Sin embargo, están presentes dentro de nuestras aulas, en los hogares, en todos lados.
Resultado de esto es la creación de un legado de muerte, amenazado por las armas nucleares, la muerte ecológica, el progreso desmedido de la modernidad que nos reduce a máquinas.
Es imprescindible desarrollar el sentido de pertenencia, valorar nuestro hogar, nuestro único hogar, nuestra Patria.
La educación a través de la escuela es el medio más adecuado para realizar esta colosal tarea. “Los docentes no sólo deben asegurar el progreso, sino también de la supervivencia de la humanidad”.
La escuela de calidad del futuro debe aprender entonces a crear individuos capaces de valorarse y valorar lo que tienen; seres que puedan dejar de lado sus diferencias y cultivar su poliidentidad, es decir, estar preparados para actuar en la familia, el trabajo, la escuela, en su región, en su país, en su Tierra – Patria.
Existe también una característica que no debe falta en la escuela del México del siglo XXI: la evaluación. Para mantenerse actual, presente y viva, la institución educativa tendrá que desarrollar un proceso sistemático de evaluación continua, no sólo para identificar logros, sino también, desaciertos, puntos débiles, pertinencia o eficacia. Sólo de esta menta se facilitará la toma de decisiones fundamentadas, creando la posibilidad de mejora.
Sin duda las características de nuestro sistema educativo seguirán evolucionando con el devenir del tiempo. El surgimiento de nuevos fenómenos generará nuevas necesidades y diversificará los enfoques de vida de nuestra sociedad. La escuela mexicana está obligada a progresar al tiempo en que las condiciones lo demanden, de lo contrario tenderá a perder su función educativa y social.
Los requisitos para la consecución de la calidad son múltiples, pero tal vez los planteados en el presente trabajo se constituyan como la base sobre los cuales se erigirán las demandas resultantes.
No se necesita demasiado intelecto para advertir la necesidad de una transformación. Teorizamos mucho al respecto, tal vez lo que haga más falta no es saber lo que tenemos que hacer, sino hacerlo, por tal motivo, un último aspecto que es deseable en la escuela de calidad para el México del siglo XXI, es asumir la responsabilidad de su presente y su futuro.
BIBLIOGRAFÍA
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